CÁNTICO ESPIRITUAL DE SAN JUAN DE LA CRUZ
También era Sábado Santo
aquel 9 de abril de 1977 en el que Amancio Prada estrenó el Cántico espiritual en la iglesia de San
Juan de los Caballeros, en Segovia.
Acompañaban a Amancio el violinista José Torres y el violonchelista
Eduardo Gattinoni. Fue un sábado muy bien aprovechado. En las hemerotecas, la
reseña del estreno que publicó Diario 16
―firmada por José Luis Rubio― comparte
titulares con la legalización del Partido Comunista de España. Unos años más tarde encontramos en las
páginas de El País al Cántico y a Amancio al lado de Philip Glass. Amancio Prada <<vocaliza,
pronuncia, interpreta en el sentido
más profundo de esta palabra>> escribe Eduardo Haro Tecglen sobre El Cántico, y en el diario Cinco Días, Víctor Manuel Burell
asegura que Amancio Prada hizo permanecer al público del Teatro Real en un
religioso silencio. Entonces, como ahora, esto debía ser algo realmente difícil
de alcanzar, porque el pie de foto repite casi exactamente tal consideración:
<<Amancio Prada hizo permanecer al público del Teatro Real en un
religioso silencio, pocas veces conseguido>>. Corría el año 1984. Con
motivo de aquel concierto, Amancio, en una entrevista, declaraba que
<<cuando la gente habla de imagen mística se refiere a mis
musicalizaciones de San Juan de la Cruz, pero, desde luego, lo místico no está
en contradicción con lo sensual. Nada más sensual y erótico que la poesía de
ese santo>>. Así es, sin duda. Una
sensualidad que la música que Amancio ha compuesto para el Cántico realza. Una música que hoy cumple sus primeros cuarenta
años.
Desde entonces y en todo este tiempo el repertorio de Amancio Prada no
ha hecho sino crecer, y como juglar que es,
ha cantado la poesía de Jorge Manrique y de Lorca, los versos de Juan Carlos Mestre y de Agustín
García Calvo, de Léo Ferré y Rosalía de
Castro; también los encendidos versos de Teresa de Ávila. Incluso otros poemas de San Juan. Pero una y
otra vez Amancio ha vuelto al Cántico.
<<Nunca he dejado de
interpretar el Cántico; es la obra que más alegrías me ha dado>> suele decir. Y cuánta
alegría también para nosotros.
Bien es verdad que nada nos extraña dicha complicidad, porque cuando
de los versos del Cántico se trata, más que de poesía cantada, es
pertinente hablar de poesía que canta. Los más cercanos a San Juan de la Cruz
cuentan que nuestro poeta solía referirse
a estos poemas como Coplas de la
Esposa y su declaración, Canciones de la Esposa, Canciones entre el Alma
y el Esposo o, más escuetamente, Canciones.
Así, sin más aderezo: Canciones. Y
efectivamente y como es fácil comprobar, en estas rimas anida una música que,
ya en la primera lectura, se desprende con aparente naturalidad. Digo aparente
porque, cuando se exploran detenidamente estos versos, el minucioso trabajo del
cincel sobre cada voz y cada cadencia queda al descubierto y nos conmueve,
tales son su belleza y pericia.
La intervención de Amancio Prada sobre el cuerpo del Cántico intensifica esa música que allí
reside, y la sitúa en escena, sube el volumen para dotar al poema de presencia
y vigor dramáticos. Su mejor herramienta es una voz cuya emisión natural
es de hermoso timbre y perfecta dicción, una voz que conjuga una forma de
declamación lírica profundamente expresiva y muy personal, un dominio del decir
cantando que logra que el temblor
amoroso, o si lo prefieren místico, nos
alcance aún más perturbador. Es tal y como lo describe María Zambrano:
<<Música y voz no aparecen, pues, añadidas, sino extraídas del poema mismo.
Nupcias de palabra y musicalidad. Y algo más inaudible sin duda. Nupcias
celebradas allí, en las “subidas cavernas de la piedra”, “al monte y al collado
do mana el agua pura”. Alguna gota de
esa agua bebida de ese secreto manantial vivifica este canto de Amancio Prada>>. Y así es siempre, aunque cambie el formato.
Y es que ya advertíamos arriba
que Amancio Prada refresca su relación con el Cántico a menudo: desde la versión original escrita para voz
solista, guitarra, violín, y violonchelo que ahora escucharemos, a la concebida para cuarteto de cuerda, sin
olvidar la preparada por el compositor Ángel Barja o las magníficas grabaciones
acompañadas por voces blancas. Pero lo profundo no cambia; tal como supo
escuchar María Zambrano, en cualquier forma y manera la voz y la guitarra de Amancio Prada parecen
emanar del centro mismo del poema.
Ya sobre
la partitura, observamos que el planteamiento
musical de Amancio Prada es formalmente riguroso con la arquitectura del
Cántico, y abarca el poemario
completo (cuarenta estrofas), ciclo que articula en nueve números que respetan
el orden original; no incorpora
repeticiones textuales, a excepción de la hermosa ‘Respuesta de las criaturas’,
que el coro (las criaturas) entona tres veces. Estas decisiones realzan la
coherencia de la narración, que con tanta verdad perfila las estaciones de la
condición amorosa. El discurso musical está sabiamente gobernado por el espíritu y las imágenes del texto, que a modo
de guía escuchamos sin efectismos ni artificios. Tanto el fraseo
como los relieves melódicos son siempre fieles a los acentos de la palabra,
adaptándose a su respiración y a sus infinitos matices, facultad crucial para
un texto como este, vivificado como está por constantes exclamaciones,
interrogaciones y onomatopeyas.
Un breve
preludio instrumental -que podríamos
llamar obertura puesto que le sigue una representación que narra una historia
de amor- nos sumerge en el espacio poético y da paso al texto. Los instrumentos
son actores: mientras la voz desgrana el poema en un estilo silábico, claro y
conciso, el violín y el violonchelo son los esposos, y las emociones de los
esposos, que sienten la zozobra de estar
lejos, que se quejan, preguntan, se
buscan y se enredan en el deseo y la
consumación que aquí quiere ser experiencia de lo divino, pero que es expresión
literaria de un muy humano amor.
Inés
Mogollón.
Musicóloga.