"... Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz (en) general, pues Vuestra Reverencia así lo ha querido. Y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que se no acomode todo paladar. Y así, aunque en alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración; porque la sabiduría mística -la cual es por amor, de que las presentes canciones tratan- no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de amor y afición en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin entenderle."

San Juan de la Cruz

(Del prólogo al Cántico Espiritual)

Un sábado de gloria en Cuenca



 UN SÁBADO DE GLORIA EN CUENCA

JOSÉ CATALÁN DEUS   -  Periodista Digital - 17 de Abril de 2017

CÁNTICO ESPIRITUAL

Jornada musical tan inolvidable concluyó en el Auditorio de Cuenca en un décimo concierto dividido en dos partes. Una primera introductoria con el Réquiem opus 9 de Maurice Dubuflé, -excelente sorpresa-, y una segunda de brillante clausura con la obra emblemática del cantaautor ‘espiritual’ Amancio Prada, su Cántico Espiritual que pone música al poema imperecedero de San Juan de la Cruz.

Nos recuerda Prada que en 1577 Juan de la Cruz es raptado junto al Convento de la Encarnación de Ávila y encarcelado en Toledo durante nueve meses, hasta que en una noche oscura consiguió escapar. En la postración de aquella mínima celda nació la poesía máxima del Cántico. “Todo se me dio cuando con amor propio no lo busqué”, dirá él. ‘En 1970 vivía yo -añade- en una buhardilla de París. Allí me pasaba las noches tocando la guitarra y allí empecé a leer y a entonar el Cántico espiritual. Nunca he dejado de interpretar el Cántico; es la obra que más alegrías me ha dado. Todo se me dio…, como diría San Juan, después de aquella entonación inicial au septième ciel de París —donde se editó el Cántico espiritual por primera vez en 1622—. Caminamos sobre huellas, acaso hacia la luz de una misma voz’. Pero antes de que apareciera en el escenario, tuvimos la oportunidad de escuchar una obra magnífica y poco conocida, aunque referencial en el repertorio coral del siglo XX junto a los escritos por Fauré, Britten y Ligeti en la opinión de Inés Mogollón autora de las notas al programa.

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En cuanto al Cántico Espiritual, los versos de Juan de la Cruz a los que ha puesto música Amancio Prada, se trata de un trabajo que ya tiene cuatro décadas, desde la versión original escrita para voz solista, guitarra, violín y violonchelo que fue la que escuchamos, a la concebida para cuarteto de cuerda, sin olvidar la del compositor Ángel Barja o las grabaciones acompañadas por voces blancas.

‘La intervención de Amancio Prada sobre el cuerpo del Cántico intensifica esa música que allí reside, y la sitúa en escena, sube el volumen para dotar al poema de presencia y vigor dramáticos. Su mejor herramienta es una voz cuya emisión natural es de hermoso timbre y perfecta dicción, una voz que conjuga una forma de declamación lírica profundamente expresiva y muy personal, un dominio del decir cantando que logra que el temblor amoroso, o si lo prefieren místico, nos alcance aún más perturbador’, entiende Inés Mogollón, cuya descripción de la pieza compartimos si necesidad de añadido alguno.

Un planteamiento musical formalmente riguroso con la arquitectura original, que abarca el poemario completo (cuarenta estrofas), ciclo que articula en nueve números que respetan el orden original; no incorpora repeticiones textuales, a excepción de la ‘Respuesta de las criaturas’, que el coro (las criaturas) entona tres veces. Todo ello realza efectivamente la coherencia de la narración, sin efectismos ni artificios, sin ‘aportaciones’ propias que a menudo ensombrecen el espíritu del autor. Tanto el fraseo como los relieves melódicos son siempre fieles a los acentos de la palabra, adaptándose a su respiración y a sus infinitos matices, facultad crucial para un texto como este, vivificado como está por constantes exclamaciones, interrogaciones y onomatopeyas.

Un breve preludio instrumental que podríamos llamar obertura puesto que le sigue una representación que narra una historia de amor— nos sumerge en el espacio poético y da paso al texto. Los instrumentos son actores: mientras la voz desgrana el poema en un estilo silábico, claro y conciso, el violín y el violonchelo son los esposos, y las emociones de los esposos, que sienten la zozobra de estar lejos, que se quejan, preguntan, se buscan y se enredan en el deseo y la consumación que aquí quiere ser experiencia de lo divino, pero que es expresión literaria de un muy humano amor.

La interpretación y puesta en escena fueron irreprochables. Amancio Prada apareció como es habitual con esa sensibilidad a flor de piel y esa comunión trascendente con la obra que es su particular virtud hasta elevarla casi al trance, casi al lloro emocionado, casi al lamento y goce profundo del alma humana ante el misterio. Prada estuvo a la altura de la cumbre mística española, que completó como no podía ser de otra manera con un recuerdo a Teresa de Jesús -‘Soberano esposo mío’- en el bis final de un concierto que fue celebrado por el público de forma extraordinaria.

Prada estuvo en el Teatro de la Abadía de Madrid en 2015, con cuatro conciertos de un recital titulado La voz descalza (ver nuestra reseña de entonces) que nos llevaba a decir: ‘Amancio Prada es valor seguro de la mejor música popular española, la de raigambre, trascendencia y calma’. Nada que añadir.


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